11. La energía invisible

Cuando se nos agota la batería del celular, lo conectamos al tomacorriente más cercano para cargarla de nuevo. Al abrir la puerta de la nevera, encontramos un delicioso jugo frío en el día más caluroso. Tenemos a nuestra disposición series de Netflix para maratones interminables. Saciamos el hambre en la tienda de la esquina, con paquetes de papas y barras de chocolate. Tecleamos un emoticón de un corazón en WhatsApp y al enviarlo provocamos, en menos de un segundo, una sonrisa en otro continente. En nuestra cotidianidad consumimos treinta veces más energía que antes de la Revolución Industrial, cuando la población era siete veces menor a la actual[23].

La vida moderna reposa sobre un entramado energético que depende de relaciones naturales e industriales tan complejas en el espacio y el tiempo que se vuelven invisibles. Desconocemos que se inundan miles de hectáreas y se transforman montañas en gigantescos hoyos para hacer funcionar las centrales que proveen la electricidad de casas, refrigeradores, antenas celulares y servidores. En nuestra vida diaria pasan desapercibidas las ciénagas envenenadas, los indígenas desplazados y el aumento de la temperatura del planeta, causados por la explotación del petróleo y el gas necesarios para mantener a tope las estaciones de combustible y llenar los tanques de los buques y camiones que reparten nuestras mercancías. Nuestra propia destrucción es el precio que pagamos por aquello que nos venden como felicidad.