No fue sólo el encuentro con la abundante energía concentrada en los combustibles fósiles lo que dio paso a una revolución: era necesario tener la capacidad tecnológica para usarla. Este tipo de desarrollos, desde la rueda hasta los motores y las turbinas, son fruto del conocimiento acumulado y han sido fundamentales para la construcción de nuestro modo de vida actual. Los deslumbrantes avances científicos que presenciamos, junto con las promesas tecnológicas del futuro, se constituyeron en una nueva fe; nos sentimos ajenos a los ciclos terrestres, indestructibles.
La tecnolatría contiene el mito del progreso y el crecimiento, que se manifiesta en una nueva forma de afrontar los problemas. Antes que utilizar el sentido común y enfrentar la crisis reduciendo el uso desmesurado de energías fósiles, preferimos fantasear con que la tecnología sabrá resolver cualquier problema para mantenernos en las mismas condiciones. No consideramos que estas tecnologías también devoran combustibles fósiles, minerales y territorios.
El nuevo avance con el que prometen salvarnos tiene hoy el nombre de geoingeniería: la manipulación a gran escala de los ciclos naturales con el fin de extraer el exceso de gases de invernadero de la atmósfera[20]. Las mismas petroleras responsables de la crisis climática proponen, por ejemplo, usar fuentes fósiles para succionar gases de la atmósfera y enterrarlos en el subsuelo: toda una nueva línea de negocio. La tecnolatría nos permite albergar fe en este tipo de soluciones y dejar de lado la acción efectiva.