Dar espacio a la reparación, al cacharreo, al uso y reuso de los objetos y
La abundancia de energías fósiles baratas nos ha permitido construir nuestra cotidianidad sobre cadenas de desperdicio. El mundo consume siete mil años de fotosíntesis milenaria acumulados en energía fósil en sólo un día[16]; de la total extraída en 2012, el 48 % se perdió durante su transformación en gasolina y electricidad[17]. Uno de los mayores consumos eléctricos es el de la conexión a Internet, que hoy suponemos disponible todo el tiempo. La red usa el 10 % de la producción mundial de electricidad; la configuración de portales aumentó de tamaño un promedio de cuatro veces entre 2010 y 2018, y la de portales de celular diez veces en el mismo periodo[18].
Derrochar nos hace consumir, y un mayor consumo aumenta el pib. Por eso, para que el acto de comprar se repita infinitamente, la sensación de felicidad que entrega un producto nuevo debe ser momentánea; así, muy pronto compraremos la nueva versión y desecharemos la anterior. Con el diseño incorporado de mecanismos para inutilizar los productos después de cortos periodos de tiempo (obsolescencia programada), desde las grandes corporaciones se estimula una práctica que afecta numerosos territorios de países empobrecidos: la contaminación química y de metales pesados. En 2019, por ejemplo, el mundo desechó cincuenta millones de toneladas de artículos electrónicos[19], que implicaron procesos de producción con grandes demandas de energía fósil y, en consecuencia, millones de toneladas de emisiones asociadas a su construcción, ensamblaje y distribución.