7. La Fábrica

Las grandes fábricas fueron los centros que reemplazaron los hogares urbanos y rurales en la producción. En sus inicios, estuvieron alimentadas por la fuerza muscular de esclavos humanos y no humanos, que proporcionaron la potencia requerida para las diferentes labores y que, con el descubrimiento del carbón y el petróleo, fueron reemplazados paulatinamente por máquinas de vapor y motores de combustión[15]. De esta manera, las fábricas de la Revolución Industrial utilizaron tanto la energía concentrada en los combustibles fósiles como la del trabajo coordinado, para dar un inmenso salto en productividad pero también en contaminación y afectaciones a la salud.

Las nuevas máquinas eran mayores consumidoras de energía en términos totales, puesto que se requería de grandes cantidades para su fabricación. Esta condición aumentó el consumo de materia y energía y sentó las bases de un sistema intensivo en la explotación de la naturaleza, con unos impactos mucho mayores a escalas regionales y globales. La Revolución Industrial afianzó la construcción de sociedades en las que la naturaleza perdió su valor sagrado para convertirse en objeto de dominación, apreciado en términos de sus posibilidades para generar ganancias y de sus “servicios” al mercado.