La dominación se ejerció primordialmente desde la masculinidad, cuando la individualidad prevaleció sobre el cuidado colectivo, contrario a lo que sucedía en las sociedades forrajeras. Así, los hombres se ocuparon de la guerra, la acumulación, el comercio, y cada vez menos de las labores que sostenían la vida, destinadas a mujeres y esclavos. Estas estructuras dominantes fueron conformando a los sujetos políticos que determinarían el devenir histórico, el avance y el progreso, legitimados por ellos mismos para decidir y actuar en favor de sus propios intereses, bajo regímenes jurídicos y construcciones morales que justificaban su dominio sobre la naturaleza, las mujeres y otros pueblos humanos y no humanos.
Así como son unas pequeñas élites masculinas las que acumulan la mayor parte de las riquezas, son también las mayores responsables de las afectaciones a la trama de la vida en la Tierra, considerando la escasa participación femenina y de otras identidades no masculinas en la maquinaria de destrucción capitalista. Bajo una mentalidad individualista fuertemente basada en la competencia por la acumulación de bienes, prestigio y otras formas de poder, estas élites crearon valores culturales y económicos desligados de la dependencia que tenemos de las labores de cuidado de nuestros cuerpos y de la naturaleza[12]. Estas tareas continuaron siendo ejercidas por mujeres y otros géneros, en el ámbito doméstico y en condiciones de desventaja: sin remuneración, sin acceso al sistema educativo y sin participación política. A escala mundial, por ejemplo, las mujeres hacen el 65 % del trabajo por el 10 % de los salarios[13].
El esquema de pensamiento ligado al sistema económico construye, entonces, una ficción binaria, en la que los valores masculinos se relacionan con la ciencia, la cultura y la exposición pública, en oposición a los femeninos, relativos al cuerpo, la emoción, la naturaleza y lo doméstico. Esta masculinidad ha sido el motor de los relatos del crecimiento, que además no incluyen las labores del cuidado en sus balances: el valor por dichas labores es incluso superior al valor agregado bruto de las actividades económicas más relevantes de la economía colombiana (minería y extracción de hidrocarburos); a precios de 2017, correspondía al 20 % del producto interno bruto (pib)[14].