Con la fotosíntesis, la energía solar se transformó en una enorme masa verde: en el 80 % de la vida de la Tierra[9], en la cadena de alimento de los músculos de animales humanos y no humanos que fueron capaces de construir hogares, panales, hormigueros, carabelas, ciudades, catedrales, imperios… Durante la mayor parte de nuestra vida como especie, la energía de la que disponíamos estuvo limitada a la que obteníamos de selvas, mares y cultivos. Sin embargo, todo cambió alrededor del siglo xviii, con el hallazgo del carbón y el petróleo, la pócima mágica que multiplicó nuestras capacidades, fabricada por la fotosíntesis de millones de años y transformada por la alquimia de las profundidades.
Para aumentar nuestra buena suerte, encontramos este prodigio energético en concentraciones altísimas: una tonelada de carbón contiene la energía presente en media hectárea de selva[10]; un galón de gasolina equivale a 98 toneladas de material vegetal[11], es decir, a las plantas y raíces que crecerían en dieciséis hectáreas. La pócima mágica nos entregó poderes reservados a los dioses, como volar tan alto para incluso salir del planeta. Con el paso del tiempo debimos comenzar a excavar cada vez más profundo, en busca del confort al que somos adictos. Las energías fósiles permitieron que dejáramos de depender de los ciclos de la naturaleza presente para construir nuestro futuro a partir de soles de otros tiempos.