4. Los imperios

Cuando nuestros antepasados descubrieron en la agricultura una posibilidad de acumular energía en forma de alimento, paulatinamente dejaron de ser nómadas, se asentaron en algunas regiones e idearon la propiedad privada. Surgió así una nueva forma de relacionamiento: la dominación, que trajo consigo las guerras y el sometimiento de otros para hacerse a su fuerza, sus tierras, sus conocimientos, e incluso la capacidad reproductiva de sus mujeres. Con esta nueva fuerza de trabajo, las élites, masculinas en su mayoría, lograron mayor especialización, y así sofisticaron sus aparatos de guerra: carretas, monta de caballos, metalurgia para la fabricación de armas.

Mediante la invasión y la conquista se lograba, de manera acelerada, la acumulación de tierras y de fuerza de trabajo esclava; en una palabra: de energía. Estas nuevas formas de relacionarse necesitaban de complejas jerarquías que permitieran administrar el imperio desde las centralidades, lo que dio origen, a su vez, a diferentes niveles de poder que llevaron a desigualdades entre pueblos, géneros, colores y clases[8]. Bajo concepciones de este tipo, con el sudor y la sangre de animales humanos y no humanos esclavizados se lograron construir estructuras tan fastuosas como la Gran Muralla china y las pirámides de Egipto y México, y hoy se elaboran bienes de consumo global en maquilas que explotan el trabajo de mujeres, niñas y niños.