2. Tierra de Abundancia

La mayor parte de los más de 300 mil años de historia de nuestra especie hemos vagabundeado entre plantas y árboles para encontrar nuestro alimento: el de nuestros cuerpos, el del espíritu. Nos hemos transformado junto con el mundo vegetal que proliferó gracias al influjo de los rayos del Sol, desde aquella lejana sabana africana de nuestro origen hasta los otros ecosistemas a los que migramos; en el camino, acumulamos un asombroso conocimiento de los ciclos naturales, de las maneras de hacernos al alimento y al resguardo, de la energía, la medicina, el arte…

A partir de la intensidad de esa relación, hace cerca de doce mil años comenzamos a cruzar y a seleccionar las especies de las que se podía obtener mayor rendimiento: el maíz, la papa, el trigo, el arroz, y tantas otras que nos permitieron asentarnos en sociedades agrícolas[5]. El mayor y más decisivo conocimiento construido por la humanidad está en la sensibilidad hacia el mundo vegetal; en el cúmulo de prácticas culturales, adaptadas incluso a lugares impensados, que nos unieron con una tierra cuya abundancia tomó miles de millones de años en formarse, en formarnos.