Una grieta separa el mundo que colapsa de aquel en el que la vida es posible. Lo grande de lo pequeño. Como las plantas que germinan en las fracturas del concreto, en los márgenes del sistema siempre han coexistido otras formas de estar, alejadas de la lógica de la dominación de la naturaleza y que se entienden como parte de ella. Aunque la idea del desarrollo a partir del crecimiento económico nos parezca ubicua, hay ejemplos en todo el mundo de personas y organizaciones que ponen en práctica proyectos de economías comunitarias: movimientos a favor de la renta básica universal, bancas éticas, ciudades en transición…[54]
En tiempos de crisis, la esperanza habita en el hacer en comunidad, en la fuerza de las mujeres y su lucha contra el patriarcado, con semillas milenarias que transforman cuerpos y territorios, como lo hace Asfumujer con el rescate de la agricultura tradicional del pueblo Pijao, en una zona donde avanza el desierto debido a la explotación petrolera y los monocultivos de arroz, sorgo y algodón[55]. Se trata de acciones pequeñas, locales y concretas, por fuera de las estrategias globales de años de costosos diálogos climáticos. El cambio no nos lo traerá el mismo sistema causante de la crisis; es nuestra tarea conseguirlo, construirlo, entender sus múltiples dimensiones y avanzar hacia ellas. Transitar.
Entender que no es el planeta el que está en crisis: es el modo de habitar, el sistema político y económico que tiene en riesgo la vida humana y no humana. Apreciar la energía como un bien común y no una mercancía transable, producto de la relación íntima del Sol con los entornos ecológicos en los que fluye, tanto en su generación como en su uso. Concebir la energía como un elemento básico para la construcción de proyectos de vida regenerativos, que debe ser controlado por las mismas comunidades en sistemas descentralizados de producción y a través de proyectos comunitarios que respeten los derechos de la naturaleza[56]. Todo esto logra insinuarse en la grieta.