Si el dominio masculino, que honra la competencia individualista para la acumulación de poder, bienes y prestigio, nos ha llevado al colapso que presenciamos hoy, será la matriarca quien nos guiará por el camino de salida. A pesar de la opresión y de la exclusión de espacios de poder y decisión, ella ha cuidado, en cada Sol y cada Luna, la vida colectiva, los bienes comunes y los vínculos entre seres humanos y no humanos. La matriarca honra los ciclos, conoce los secretos de las semillas y recuerda saberes ancestrales; cuida cuerpos, procesos y emociones; sabe reparar, sanar y equilibrar[61].
En la sabiduría de privilegiar la vida con disfrute de su belleza y grandeza, y sólo en función suya tejer las culturas, las economías y las leyes, está el poder de regenerar nuestros territorios, cuerpos y relaciones. No es el Antropoceno, que alude a toda la humanidad, sino el Androceno, referido al hombre, lo que nos ha precipitado a la crisis. Planteamientos ecofeministas hoy fomentan la emancipación humana a través de economías solidarias regenerativas basadas en compartir, y anteponen los bienes comunes a la propiedad, el valor de uso al valor de cambio[62], la colaboración a la competencia y la vida en todas sus expresiones al crecimiento.